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18 de julio de 2017

Un Arcipreste y un grave Canciller: el Arcipreste de Hita y el canciller López de Ayala

Un Arcipreste y un grave Canciller: 
el Arcipreste de Hita y el canciller López de Ayala

Dos figuras forman marcado contraste en el siglo XIV: el Arcipreste de Hita y el canciller López de Ayala. El primero de ellos, llamado Juan Ruiz y nacido en Alcalá de Henares, era un clérigo alegre y aventurero, que permaneció trece años en la cárcel por orden de Gil de Albornoz, arzobispo de Toledo, y que no ocultaba sus actividades con toda clase de mujeres., a pesar que al parecer no le acompañaba el físico, pues confiesa ser "velloso, pescozudo..., de andar enfiesto, de nariz luenga, de grandes espaldas". Pero era también gran poeta, músico y seductor:

Fize muchos cantares de danzas e troteras
para judías e moras, e para entendederas...

Compuso un poema de métrica variadísima y de carácter misceláneo, en que andan mezcladas estrofas de noble fervor religioso con sátiras contra la corrupción de la corte pontificia de Aviñón, a la sazón en pleno "cautiverio de Babilonia"; además, fábulas y apólogos, escenas picarescas junto a elementos narrativos y líricos. En esta obra—el Libro de Buen Amor—aparece expresado con gracia y agudeza un divertido contenido autobiográfico: los amores del Arcipreste, ayudado por una vieja alcahueta (la "Trotaconventos"), quien le aconseja que ame a alguna monja e interviene como mediadora entre el autor y una mora—toda una visión de "fembras placenteras"—; de cómo el amor castiga al Arcipreste por beber mucho vino, y los requiebros del poeta tanto a serranas solitarias como "enamorado de una dueña que vio estar haciendo oración".

El episodio de don Carnal y doña Cuaresma es un delicioso fragmento satírico en forma de alegoría, verdadera parodia épica de los asuntos caballerescos, tan en boga a la sazón:

Van terminando la Cuaresma y las penitencias y ayunos que un fraile impuso a don Carnal, como comer garbanzos cochos y "fustigar sus carnes con santa disciplina". Llega el domingo de Ramos y don Carnal, burlando la vigilancia de don Ayuno, se acoge a la aljama de los judíos pide un rocín prestado a uno de ellos y atraviesa como una exhalación los campos de la Mancha y Extremadura, alborotando a todos los animales que encuentra a su paso. Luego, tomando como mensajeros a don Almuerzo y a doña Merienda, envía un cartel de desafío a doña Cuaresma, "flaca, magra e vil sarnosa", para contender en una batalla campal el domingo de Pascua antes de salir el sol, pero doña Cuaresma prevé su derrota y huye el mismo sábado por la noche, disfrazada con hábito de romera. El Arcipreste aprovecha entonces la ocasión para describir una orgía desenfrenada.

El episodio está tomado sin duda del "fabliau" La bataille de Karesme et de Charnage, y otros pasajes de la obra del Arcipreste evidencian influencias clásicas, latino-eclesiásticas, árabes, francesas y provenzales; pero, como observa Puymaigre, este alegre y desenfadado clérigo, aun saqueando literariamente a todo el mundo, resulta mucho más original que sus modelos, por su estilo propio y por saber imprimir en sus obras el sello de su personalidad arrolladora. 

En cuanto a sus propósitos moralizadores, resulta paradójico y contradictorio, y a juzgar por algunos pasajes de su obra, se diría dominado por el fervor religioso y la devoción mariana:

Quiero seguir a ti,
flor de las flores,
siempre decir
cantar de tus loores...

Otros fragmentos parecen confirmar tales propósitos devotos: "Oración que el Arcipreste fizo a Dios"; "de la Pasión de Nuestro Señor Jhesuxristo" y "todas las cosas del mundo son vanidat sinon amar a Dios".

 Así lo manifiesta el autor en el prólogo de su obra: "Escogiendo, et amando con buena voluntad salvacion et gloria del paraíso para su ánima, fiço esta chica escritura en memoria de bien: et compuso este nuevo libro en que son escritas algunas maneras e maestrías e sotilesas engannosas del loco amor del mundo, que usan algunos para pecar".

 Con todo, y en una actitud de Ovidio medieval, el alegre Arcipreste agrega: "Empero, porque es humanal cosa el pescar, si algunos (lo que non les consejo) quisieren usar del loco amor, aquí fallarán algunas maneras para ello..."

En resumen, el Libro de Buen Amor resulta ser una novela picaresca versificada y de forma autobiográfica, cuyo protagonista es el propio Arcipreste, sin el amargo humorismo de un François Villon, ni el desenfado intencionado del Rabelais renacentista y más próximo de lo que parece a Boccaccio su contemporáneo. 

Vemos así cómo este clérigo reacciona con jocosa despreocupación ante la general corrupción de costumbres del siglo XIV; y, en cambio, un seglar, el canciller López de Ayala (1332-1407), vibra en sus frases ponderadas y rebosantes de dignidad en su obra Rimado de palacio. Conoció cuatro reinados sucesivos, desde Pedro I hasta Enrique III de Castilla, y fue hábil político y diplomático; abandonó la causa de Pedro el Cruel, viendo que "sus fechos no iban en buena guisa", lo que no debe interpretarse como cinismo de desertor, sino muestra de clarividencia y realismo político. 

Fue apresado por la caballería del Príncipe Negro, cuando el famoso jefe militar inglés operó en España, y fue libertado después; más tarde, actuó como embajador en la corte de Carlos VI de Francia y de mediador en la concordia celebrada por la corte castellana con la dinastía inglesa de los Lancaster; por su parte, Enrique III lo nombró canciller mayor de Castilla.

Menéndez Pelayo traza un paralelo entre ambos escritores citados: "...en el Arcipreste todo es regocijo epicúreo; en el Canciller, todo tristeza, austeridad y desengaño de la vida. Uno y otro libro reflejan fielmente la distinta condición, social de sus autores. Y diversos son también los cuadros que presentan. El Arcipreste vive entre el pueblo y corre de feria en feria, en la alegre compañía de escolares nocherniegos y de cantadoras judías y moriscas; el Canciller vive en los palacios y describe las maneras y fechos de sus habitadores, las tribulaciones de los míseros pretendientes que andan brujuleando los semblantes del privado, la venalidad y falacia de los oficiales reales, la hinchada presunción y torpes amaños de los legistas, la insaciable codicia de los arrendadores y cobradores judíos... y nos expone de paso sus ideas sobre el gobernamiento de la república sobre las virtudes que deben adornar el buen rey y diferenciarle del tirano.”


Fuente: HISTORIA UNIVERSAL- CARL GRIMBERG- TOMO 5

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