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4 de enero de 2012

Análisis del cuento El billete del millón de Mark Twain

Análisis del cuento  El billete del millón de Mark Twain (The 1.000.000 Bank-note)

A lo largo de su carrera, Mark Twain cultivó en sus libros diferentes variantes de la comicidad. En su primera obra, La célebre rana saltarina del condado de Calaveras, el autor practicó el humor absurdo y exagerado del Oeste. En las obras que siguieron, desarrolló la sátira contra Europa. La monarquía y la pompa de los reyes, las pretensiones de superioridad de la cultura europea y sus rígidas tradiciones fueron el blanco de las críticas de Mark Twain.

En "El billete del millón", la comici­dad tiene un protagonismo indudable. Los recursos más empleados son: el humor, la ironía, la sátira y la exageración .

• El humor: Es parte esencial del hu­mor que el hecho cómico resulte ino­fensivo para quien lo protagoniza. En este caso, el efecto se logra, por un lado, gracias a que el propio narrador en prime­ra persona le anticipa al lector los térmi­nos de la apuesta entre los hermanos, y esto permite disfrutar plenamente de lo que, en apariencia, son sus desdichas y preocupaciones. Por otro lado, a su vez, el parentesco de Porcia con uno de los apos­tadores -parentesco que tanto lector co­mo protagonista ignoran- causa la risa de su prometida.

• La ironía. Se presenta en la escena de la sastrería, cuando Henry, ves­tido como un mendigo, le solicita al empleado que espere unos días por el pago del traje, debido a que no tiene cambio. “De caballeros como usted, sólo puede esperarse que lleven cambio grande, ironiza el vendedor. A lo que el na­rrador contesta más adelante con una nueva ola de humor cuando describe la sonrisa petrificada del joven. Nuevamente, el humor aparece al final de la escena, cuando el dueño de la tienda remata el episodio calificando al pro­tagonista de "millonario excéntrico", para justificar la contradicción entre su vestimenta y su capital.

• La sátira. Si bien moderado, este recurso aparece en varias apreciaciones del narrador con referencia a las costumbres y a la cultura de la clase al­ta europea, particularmente, la inglesa. Entre las costumbres, se critica la de apostar, porque “es la manera inglesa de resolverla todo”. También, la orgullo­sa aristocracia local recibe los comentarios satíricos del protagonista que ri­diculiza sus nombres: “lady Ana Gracia Leonor Celeste, etcétera, etcétera de Bohun. Más profunda es la sátira cuando afirma que alcanzó una reputa­ción respetada gracias a una caricatura del Punch, nada menos que el sema­nario británico dedicado al humor gráfico.

• La exageración. Este recurso va jalonando el texto completo: desde el valor desproporcionado del billete hasta las reacciones que suscita en quienes lo ven, creyendo tener ante sus ojos a un caballero riquísimo, excéntrico y bon vivant. El protagonista alcanza la fama en irrisorios quince días y, gracias al poder de su imaginación, se asigna sueldos futuros por un trabajo inexistente.

Los héroes reflejan siempre los ideales de la socie­dad de su época. De esto se infiere que no existe un solo tipo de héroe. Sin embargo, es posible afirmar que el héroe jamás pasa inadvertido, se destaca por una razón u otra en la comunidad a la que pertenece, plasmada en las distintas obras literarias.

A partir de la modernidad, el papel del héroe se encarnó en un individuo co­mún, representante de la burguesía. A este héroe, como a todos, el mundo también se le opone, pero su poder para vencerlo no está en su vigor o en las armas, sino en sus capacidades, sus conocimientos, sus habilidades, sus talentos. Y el lector compadece sus miserias y admira sus logros.

HENRY ADAMS, UN HÉROE  REALISTA

El puente de Westminster en tiempos en que Henry Adams
llega a Londres.
Cuadro del impresionista francés Claude Monet (1871)
¿Qué caracteriza a un héroe a la manera que lo propone Mark Twain?
La respuesta es que este héroe, simplemente, se distingue por cumplir con las condiciones que se necesitan para resolver una situación con­creta. Son, en definitiva, las circunstancias, y no el destino o la voca­ción, lo que lo convierten en héroe.
Así, Henry Adams se encuentra transitando casualmente por el parque ubicado frente a la casa de los hermanos que hacen la apuesta, a quienes, también casualmente “••• en el curso de la conversación,  se les ocurrió preguntar cuál sería la suerte de un forastero absolutamente honrado e inteligente que se quedara a la deriva en Londres sin un solo amigo ... “. Entonces, Henry, el narrador protagonista de la historia, es elegido para llevar a cabo el experimento, sencillamente porque cumple con todas las condiciones exigidas por los hermanos. Luego, la narración misma se encargará de demostrar, en efecto, las virtudes de honradez e inteligencia mencionadas.

Pero este personaje no es simplemente un individuo a quien las circunstancias convierten en héroe: se trata de un sujeto que, además, represen­ta los ideales de la sociedad y la clase a la que pertenece. No proviene de un linaje aristocrático y no tiene una fortuna amasada, pero, para vencer tal dificultad, cuenta con una confianza a toda prueba en su ingenio y, ade­más, reconoce su mayor virtud: ser “experto en todos los detalles del comercio de  acciones. Se nota en él, por otra parte, cierta tranquila seguridad con la  que disimula, frente a los otros, las preocupaciones que le atenazan la conciencia en torno al asunto del billete.

Con esas cualidades a su favor, ¿qué otra cosa necesita? En su optimismo, se ven reflejadas las ideas de la floreciente sociedad estadounidense en  la que reinaba el capitalismo. Claro que la aventura de este mendigo no redunda en bien de una comunidad, sino en beneficio propio, y esta es otra característica del héroe realista: cumple con un destino individual.

Sin embargo, es preciso aclarar que tanto en esta, como en la mayoría de –las obras realistas,  lo único que hace sobresalir a un personaje para que el  lector acompañe sus pasos es la mirada del narrador que, como una cámara de filmación, lo enfoca centrando su atención en él.

LA LITERATURA NACIONAL EN LOS ESTADOS UNIDOS
Hacia 1870, en la literatura de los Estados Unidos, triunfaba la tenden­cia nacionalista, con una fuerte influencia del Realismo europeo. El Realis­mo norteamericano conservó del movimiento romántico el color local, pero incorporó el humorismo de los tall tales del Oeste.
Así, el humor se convirtió en el rasgo más destacado de la literatura nacional, y las Letras norteamericanas alcanzaron su definitiva independencia con Mark Twain (1835-1910), el autor que supo reunir en sus obras las caracterís­ticas del Realismo con el humorismo del Oeste. Por su parte, otro escritor de la época, Ambrose Bierce (1842-1914), buscó una variante más ácida de la comicidad en su célebre Diccionario del Diablo.
En cuanto al Naturalismo, sus postulados fueron seguidos por autores como Stephen Crane (1871-1900), autor de La roja insignia del valor. Aunque se atuvo a los lineamientos de Emile Zola, Crane eligió temas diferentes. En sus obras, apa­recen el miedo, la guerra, la crueldad, la muerte, tratados de un modo tan personal, que contribuyó grandemente a la rup­tura de la literatura estadounidense con la tradición europea.
El camino trazado por el Realismo fue tan profundo, que no hubo movimientos decadentistas como en Europa. Quizá, esto se deba a que el país se había convertido, econó­mica y socialmente, en una potencia de primer nivel: había poco lugar para la decepción.
La brisa (1876), de Winslow Homer, uno de los pintores realistas
norteamericanos más representativos de la época de Mark Twain
Como ya se explicó, el humor se convirtió en un rasgo distintivo de la literatura norteamericana. En el lenguaje cotidiano, se califica de humorístico o cómico todo aquello que hace reír. Esta cualidad transforma el acontecimien­to en un hecho cómico. Ahora bien: en la vida real, un hecho cómico en sí mismo no es ni bueno ni malo. Cuando esto sucede, se habla, lisa y llanamente de "humor". Pero en la literatura, no sólo se emplea el humor así entendido, sino que también se utiliza una serie de variantes de la co­micidad que suelen tener una intención ética. Esta intención hace que el hecho cómico se vuelva más o menos amargo, trágico o burlesco. Los recursos más empleados para producir este efecto son los siguientes:
• la ironía, que consiste en una contradicción verbal entre lo que se dice y lo que se quiere dar a entender;
• la sátira, que puede presentarse en forma de burla, o en forma de parodia o caricatura. La diferencia entre ambas modalidades radica en la in­tención. Mientras que la burla intenta herir, la parodia o la caricatura se propone denunciar defectos, errores o abusos. En ambas, hay una alteración que ridiculiza el modelo. Así, ningún lector apreciaría, en el Quijote, la paro­dia de Cervantes a las novelas de caballerías, si ignora las características más destacadas de estas últimas.
• el grotesco, o la risa compulsiva que provoca un personaje por su debilidad o por su desgracia;
• la exageración, que consiste en deformar las cosas aumentando la proporción que tienen en realidad.
Mark Twain fue el primer escritor de los Estados Unidos que encarnó los ideales de una literatura ge­nuinamente nacional. Supo recoger, en sus obras, el contexto histórico de la segunda mitad del siglo XIX, que abarcó la vibrante conquista del Oeste, la fiebre de riquezas desatada por los buscadores de oro y los cambios económicos y sociales provocados por la Revolución Industrial. Brillante conferencista, su inge­nio lo hizo sumamente popular en su época, puesto que era capaz de formular grandes disparates y caer en exage­raciones o dar opiniones de lo más controvertidas con la mayor impasibilidad. El pueblo estadounidense se veía identificado en sus páginas. Como ya se explicó, el rea­lismo y el humor fueron los dos elementos más destacados de su obra. Esos rasgos lo erigieron en el autor más importante de este período.

Twain se burló abiertamente del Romanticismo que había dominado el gusto literario  de los autores anteriores a su época y que aún cultivaban muchos de sus coetáneos. Por eso, enunció ciertas reglas, de corte realis­ta, que debían regir la narrativa. Algunas de esas reglas, citadas por la au­tora Nora Dottori en su libro Mark Twain y el realismo norteamericano, se ex­ponen a continuación:
• Requieren esas reglas que los personajes de una novela sean seres vivos, salvo en los casos de cadáveres, y que el lector pueda siempre distin­guir los cadáveres de los seres vivos.
• Requieren esas reglas que, cuando los personajes de una novela conversan, su conversación tenga vibración humana, y sea la que unos seres humanos tendrían probablemente en las circunstancias que se dan en el caso.
• Requieren esas reglas que no se pretenda hacer tragar al lector ciertas burdas estupideces como "la astucia de los leñadores y e! arte deli­cado de la selva, ni por el autor ni por los personajes de la novela.
A estas reglas, hay que agregar las que requieren que el autor:
·          Diga lo que se propone decir y no se limite a estar a punto de hacerla;
·          emplee el vocabulario justo y no, su primo segundo;
·          emplee un estilo sencillo y claro.
Las obras de Mark Twain cumplen con las reglas que él mismo formuló.

En la más alabada por la crítica, Las aventuras de Huckleberry Finn, por ejem­plo, pinta con maestría la vida en el Mississippi antes de la guerra y alterna, sucesivamente, el lenguaje literario convencional con el habla coloquial y las particularidades del inglés aprendido de los negros.
En "El billete del millón",el  protagonista se ve a merced de las aguas y es recogido por un barco que se dirige a Londres. El lector podría esperar un trato más considera­do hacia un náufrago sin recursos y, sin embargo, como en todas las obras de este autor, la realidad se impone: el personaje debe pagar el viaje traba­jando y, al llegar a destino, es abandonado sin ningún miramiento.

FUENTE:
AAVV, Literatura europea y norteamericana
Ed. PUERTO DE PALOS
Buenos Aires

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