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13 de diciembre de 2011

El difunto Matías Pascal de Luigi Pirandello

Al realizar el análisis de la novela El difunto Matías Pascal, de Luigi Pirandello, podemos comprobar que  el desdoblamiento de la personalidad, la pérdida de la identidad personal, el relativismo de lo que creemos saber, la turbadora confusión de lo real y lo ficticio, la mezcla de cordura y locura , acaba conduciendo a esta idea del hombre como un ser atormentado, inexplicable e íntimamente dividido entre sus sueños y la vida cotidiana.

El difunto Matías Pascal, la más famosa de las novelas de Pirandello, se escribió en 1904, cuando el escritor, todavía desconocido para el gran público, tenía treinta y siete años y atravesaba uno de los momentos más sombríos de su existencia; acosado por necesidades económicas (sus pa­dres, de cuya ayuda dependía, lo habían perdido casi todo en una inundación), con tres hijos aún muy peque­ños y cuidando a su esposa que sufría una parálisis de origen nervioso, el contenido humorístico de esta historia de un  falso suicida por partida doble debió de brotar en su imaginación cuando la idea del suicidio le era familiar.

Libro, pues, nacido de la angustia más desesperada, se presenta al lector  en una transposición gro­tesca, bajo la forma de una caricatura extravagante que, al menos en apariencia, invita a tomaren broma. El ambiente del relato nos introduce en un clima de tragicomedia costumbrista casi festivo, con situaciones que hu­bieran podido desarrollarse en un plano exclusivamente cómico ( de hecho, en España el tema inspiró el guión de una película de la pos-guerra, “El difunto es un vivo”,  en la que se sos­layan todos los aspectos dramáticos en beneficio la comicidad). Pirandello va a buscar así la comedia en el seno de un modestísimo sainete de infortunios domésticos, y maneja hábilmente este contraste para envolver mejor la reflexión que oculta su argumento:

Un pobre diablo sin oficio ni beneficio, casado por casualidad con una mujer desabrida, y teniendo que soportar a una suegra fastidiosa y mandona, es un personaje ideal para un cuadro de costumbres del más puro convencionalismo; pero la escena se enriquece con unas notas de verdadero drama (Matías Pascal acaba de ver morir a su madre y a dos hijos de corta edad), se complica desde el mismo comienzo con una ambigüedad de reacciones psicológicas, y se le añade ese rasgo tan pirandelliano de la intrusión de la irrealidad en la vida cotidiana: el empleo del protagonista, más que ridículo, absurdo, que le obliga a ganarse el pan gracias a la custodia de unos viejos libros inútiles que nadie lee en una destartalada biblioteca que sólo visitan las ratas y las arañas. En pocas páginas salta­mos de la jocosidad al drama realista, y de éste a la incongruencia delirante de Ionesco.

El Azar (con mayúscula, uno de los principales perso­najes de la novela, la Casualidad de la cual se nos dice que no hay que esperar ninguna lógica, «porque eso es como si dijéramos sacar sangre de una piedra», va a pro­porcionar a Matías Pascal una inesperada posibilidad de liberación: hacerse pasar por muerto; es decir, despren­derse de su triste existencia, dejar atrás al hombre que ha sido, y que para la sociedad, para la familia, se supone que ha muerto ahogado en el río. Y por lo tanto, la po­sibilidad también de hacer borrón y cuenta nueva, de re­vestirse de una nueva vida para la cual el mismo Azar, representado ahora por la ruleta de Montecarlo, va a pro­veerle de dinero abundante. Una vez enterrado Matías Pascal en su pueblo bajo una lápida, nace a la libertad un tal Adriano Meis que tratará de cobrarse los años de in­felicidad que había conocido su otro yo difunto.

Un hombre va a tener así la singular experiencia de poder inventarse una vida, de elegirse libremente una bio­grafía, una nueva personalidad; otro nombre, el que él quiera, otro pasado, otro modo de ser. Para todo ello no tendrá más límites que su imaginación, su capricho, en sus manos estará el poder rehacerse a su antojo; en vez de tener que aceptar la vida impuesta por las circunstan­cias, podrá elegir la que más le plazca, y de este modo el antiguo esclavo de una vida mezquina y dolorosa se emancipa de sí mismo.

Al principio, esta personalidad ficticia le proporciona una embriagadora sensación de independencia; viaja, hace lo que quiere, nadie le pide cuenta~ porque no existe. para nadie, se mueve como en el vacío, sin encontrar resistencia; como es alguien que socialmente no existe, fruto de su propia imaginación, como un personaje literario idea­do por un novelista que fuese él mismo, disfruta de una libertad ilimitada. Pero no tarda en descubrir que la si­tuación tiene también su contrapartida: «Adriano Meis es un extranjero en la vida», porque para ser libre del todo tiene que ser ajeno a todo; ser libre significa para él una nueva tiranía, la de estar enteramente solo. No de­pender de nadie viene a ser para el difunto Matías Pascal como no existir, como lindar con la irrealidad. 
Los víncu­los que ha roto eran sus cadenas, pero estas cadenas con­figuraban su vida, le daban perfil y cuerpo, eran los pun­tos de referencia que le permitían orientarse y sentirse vivo entre los hombres.
El episodio en el que el protagonista va comprobando que se ha salido del mundo de los vivos para ingresar en una existencia fantasmal que le mantiene forzosamente al margen de todos los afectos humanos, está represen­tado en la novela por los impresionantes capítulos de su estadía con la familia de Roma, y que parecen evocados en pesadilla; las realidades tangibles se disuelven en apa­riencias inciertas y misteriosas, asistimos a veladas de espiritismo, nos vemos envueltos en un embrollo sicológi­co que va espesando el aire irreal que rodea a este per­sonaje de ficción creado por sí mismo y que carece estado civil.

Adriano Meis, incapaz de resistir las consecuencias de haberse autoinventado, no tiene más remedio que desapa­cer nuevamente en un segundo suicidio falso para tratar de recuperar su antigua vida. Para lo cual vemos que ya es demasiado tarde, como si se nos dijera que nadie re­nuncia impunemente a sí mismo. Hasta el fin de sus días tendrá que llevar una extraña existencia de muerto ofi­cial y de vivo que está de más, pero Pirandello ya nos ha contado su historia, que remata con su peculiar sen­tido del humor mezclando la amargura de lo irremediable con efectos cómicos asainetados que suavizan el desenlace.

Años más tarde, cuando la esposa del escritor ya había tenido que ser recluida en una clínica mental, Pirandello conoció la celebridad europea en el teatro : Así es si así os parece; Enrique IV; Seis personajes en busca de un autor; Esta noche se improvisa; etc., desarrollando dramáticamente las mismas obsesiones que habían servido de eje a la novela El difunto Matías Pascal.

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